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viernes, 24 de julio de 2009

Verón
















“Esto es lo máximo, lo que quería, aquello por lo que daba todo”
Si ve una bruja montada en una escoba/ ése es Verón, Verón, Verón que está de moda” (Cántico de la hinchada de Estudiantes que acompañó las hazañas de Juan Ramón Verón, padre de Juan Sebastián, en 1968, ’69 y ’70 –las tres copas Libertadores que ganó, además de dos Intercontinentales–, sus 297 partidos y sus 77 goles).

Un eximio artillero, auxiliado con el más sofisticado telémetro, no hubiera disparado dos proyectiles tan precisos, exactos, mortales, como los dos centros de la Brujita Verón, en la noche del estadio Minerao y contra Cruzeiro, que recibieron primero Gastón La Gata Fernández y luego Mauro Boselli. Tampoco, esa noche, un equipo se pareció más a la tormenta perfecta, esa conjunción de vientos, oleaje y rayos que hunde al barco más aguerrido. Y eso, en un mar tan fiero como hostil: 65 mil gargantas brasileñas contra las apenas tres mil concedidas al ejército pincha, más las dos mil que se filtraron a punta de astucia…

No hubo uno de los once que flaqueara: ese Andújar manos de acero y vista de águila, ese veterano Schiavi con firmeza de columna, ese Braña cuatro pulmones, etcétera. Pero sin Verón, sin sus 34 años que parecen 20, su sabiduría genética (hijo ’e tigre, al fin) y hasta su sangre derramada desde el pómulo abierto de un codazo y cosido de apurón y sin anestesia, tal vez no hubiera habido copa…

Sabiduría y temple forjados en las mayores fraguas del mundo: Sampdoria, Parma, Lazio, Internazionale, Manchester United, Chelsea…, y vuelta a casa, al bosque, a las diagonales aprendidas de memoria, al asado, al dulce de leche, al rock nativo, a los amigos, a la camiseta a rayas blancas y rojas que casi fueron sus pañales. Según propia confesión, nunca fue un robot de madrugón, entrenamiento full time, severa dieta balanceada y lecho tempranero, no. Fue nochero y jodón, hasta que se casó con María Florencia Vinaccia, su novia de la entera vida desde los 17, y la llegada de los hijos, la damita Iara y el señorito Deian, que acaso complete como La Brujita II la leyenda de los Verón, que ya con padre (hoy con 65 años) e hijo multicampeones merecen una página dorada en el Libro Guinness de los récords.

Nada es imposible…
Diego Pablo Simeone, el autor de la contundente frase “el fútbol no es para los giles” y su compañero en la Selección, no se equivoca a la hora de juzgarlo como un grande. Porque, genio aparte con la pelota en los pies, agudo lector de cada minuto de un partido, fue dotado por los dioses del fútbol –si existen– con el physique-du-rôle que ni una computadora de última generación hubiera logrado: más de un metro ochenta, cuerpo de acero inmune al paso del tiempo, y con dos rasgos intimidantes para cualquier rival: cabeza rapada, barba candado, fulgurantes ojos negros (sinfonía sine qua non del malo de la película), y la obstinación por no perder una pelota en ningún metro del verde césped, aquella definición del gran Angel Labruna…

Si además las fogosas mujeres italianas lo eligieron como el mayor sex symbol, y cuando se saca la camiseta y la revolea aparece sobre su hombro izquierdo el tatuaje del Che Guevara tomado de la célebre foto de Alberto Korda, la ecuación cobra dimensión digna del bronce en el Parnaso del fútbol.

Sí: hasta su nacimiento está rodeado de leyenda. Juan Sebastián nació el domingo 9 de marzo de 1975. Ese día chocaban, en el hiper clásico de La Plata, Estudiantes, dirigido por el narigón Carlos Salvador Bilardo, y Gimnasia. Pinchas y Triperos: la Batalla de las Termópilas.

Bilardo se enteró del nacimiento de Juan Sebastián en la concentración de City Bell. Le pidió al médico del plantel que fuera hasta la maternidad “para ver si todo salió bien” y, una vez que recibió el parte positivo, le ocultó el dato a La Bruja para que no perdiera la calma. Después, en el ómnibus en que viajaban los jugadores rumbo a la cancha, ordenó una parada frente a la clínica y le dijo: “Bajá y andá a ver a tu mujer y a conocer a tu hijo, que acaba de nacer”. Verón padre pasó con ellos cinco minutos y jugó como un iluminado: fue un 3-3. Pero él marcó un gol y le dio dos exactos pases a Miguel Angel Benito, El Fantasma, para cerrar el score…

Muchos años después –cuarenta para ser precisos–, en la noche de Belo Horizonte, cuando el juez chileno Carlos Chandía pitó el final, el 2-1 que parecía imposible después del doble cero en el estadio Unico de La Plata, y con la enorme copa y las medallas ya con su lugar en las vitrinas de Estudiantes, Juan Sebastián Verón, el duro, el intimidante, el inconmovible, el león, se tapó la cara con las manos y dejó que las lágrimas corrieran libres y puras… Más tarde diría: “Se me cruzaron un montón de imágenes de mi infancia, de mi adolescencia, de la gente que me quiere, de la que no me quiere, de la que me pega y me pegó… Esto es lo máximo, lo que quería, aquello por lo que daba todo. Sé que estamos haciendo historia”.

Después se calzó una camiseta blanca con la frase “Ruso, estás con nosotros”, recuerdo y homenaje para Edgardo Fabián Prátola, su compañero, que murió –cáncer fulminante– el 27 de abril de hace siete años, apenas a los 32… La misma que se había puesto en la cancha de Vélez, en diciembre de 2006, cuando le arrebataron el título al Boca del Bigotón Lavolpe. Más tarde se abrazó con Bilardo, que vio la final en un palco y detrás de un vidrio, “porque Carlos es como un tío, alguien de mi familia, un amigo que vivió cada momento de mi carrera, y del que admiro cada uno de sus pasos como jugador y técnico… El Narigón me pidió la camiseta y el brazalete de capitán, pero no se los di… Son para mí, y para toda la vida… En joda, le dije: ‘Te voy a regalar un par de anteojos’”.

Lo demás, en La Plata, el jueves 16 desde las tres de la tarde, fue un feriado no marcado en rojo en el almanaque: más de diez mil fanáticos teñidos de rojo y blanco con banderas, banderines, bombos, globos y vinchas peregrinaron a lo largo del camino de Ezeiza a La Plata (95 kilómetros) durante siete horas, con las gargantas ardiendo, hasta el balcón del Palacio Municipal, donde esperaban otros sesenta o setenta mil que estallaron en un solo grito cuando Verón levantó la copa; esa copa que esperó 39 años… Una larga espera que inspiró al DT, Alejandro Sabella, a reflotar la célebre y última arenga de Perón: “Llevo en mis oídos la más maravillosa música, que para mí es la voz del pueblo pincha”, gritó casi, y con lágrimas.

El viernes 17, aún no aplacada la adrenalina, hubo cena de gala en el exclusivo Jockey Club de La Plata, con varias sorpresas: Braña, Andújar y Desábato aparecieron con sus cabezas rapadas a lo Verón, La Gata Fernández le arrebató el micrófono a Cucho, la voz de Los Auténticos Decadentes, y entonó los cánticos tribuneros, y en plena fiesta, el médico Hugo Montenegro le sacó a Verón los dos puntos de su herida en el pómulo, que le quedó de la primera batalla con Cruzeiro, en La Plata. Es posible que le quede una cicatriz, sí. Pero será otra medalla.

Y ahora… ¡lo que viene, lo que viene!, como anuncian los separadores de Fútbol de Primera. Cuatro o cinco pesos pesados están en danza, pero es casi imposible que la madre de todas las batallas no sea Estudiantes-Barça. Verón versus Messi. Como paralizar el corazón del mundo… Y si se consagra campeón intercontinental, ya habrá igualado la gloria paterna.


Fuente:gente, Por Alfredo Serra. Informe: Darío Ríos Fotos: Alejandro Carra, Walter Papasodaro y AFP.

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